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martes, 4 de diciembre de 2012

Anochece. Suenan ocho campanadas. Te espero con la mesa puesta, vino y velas. Llegas como si vinieras de la guerra, ronroneo tras el beso en la puerta. La sonrisa de cabronazo te delata, me subo unos centímetros la falda y los ligueros funcionan como imanes fieles atrayendo el metal de tu cinturón. Desde el principio de esta historia me enciende el contraste entre ternura y arrebatos, cuanto más dulce eres desnudándome antes me encuentras, antes me encuentro. Nos revolcamos, nos comemos vivos, rezo porque te quedes a vivir dentro de mí, me destrozas, me expando, me retuerzo, exploto, morimos y volvemos a un mundo que esta noche es menos real que nunca.
Cenamos entre risas, eres el culpable reincidente de mis hoyuelos con agujetas , me los clavas con chinchetas a cada nueva invención. Amo tu risa de niño, tu arte cantando, lo frágil de los susurros bajo el nórdico, y la ironía de sentirme enorme cada vez que me llamas pequeña.

Tres de la madrugada, te como la espalda a besos. Las piernas se enredan, los jadeos se mezclan, despertamos a todo el vecindario. Eres mi estufa en Octubre. Ya no te suelto.

Se abren los párpados, buenos días.
Vuelves a dormir en una habitación sin sábanas de flores como las que te abrazaron las dos últimas noches.

Es domingo.
Y me faltas






Frase del día: En vez de maldecir el lugar en el que caíste, 
deberías buscar aquello que te hizo resbalar.

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