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jueves, 14 de marzo de 2013

Aroma de perfume y humo.



Las manos en los bolsillos y el corazón abrigado. Caminaba despacio, sin prisa, mientras sus zapatos chapoteaban sin quererlo en los charcos de una ciudad con una vida pasiva. Coches que van y vienen sin demasiado rumbo bajo las estrellas, que aunque tras capas y capas de contaminación lumínica, están ahí. O al menos, eso es lo que él espera. Que haya algo ahí arriba, algo que siempre esté. Una constante. La única constante en una vida de locos.

El sonido de los neumáticos sobre el asfalto mojado le agrada, le tranquiliza. Se concentra sólo en ese misterioso sonido y aísla todo lo demás. Quedan en un segundo plano incluso sus pisadas, que resuenan fuerte en callejuelas pequeñas y oscuras, húmedas y heladoras. Y aunque los vehículos sin alma se desplazan calles allá, él sigue con ese sonido en la cabeza.

Pero de repente, ya no hay ni neumáticos mojados ni pisadas solitarias. Se para en seco al oler aquella fragancia mezclada con humo. Reconoce ese aroma como si fuera ayer mismo la última vez que pudo sumirse en la inmensidad de sus maravillas... Fue anoche, de hecho.

Bajó la cabeza, porque ya sabía qué significaba. Inmóvil, de espaldas, le pareció notar el frío metal que empuñaba. Sus zapatos, mucho más bonitos, más sofisticados que los de él, se acercaron. Incluso el sonido que éstos despedían tenía más clase. Pero él no hizo nada, se entregó a las estrellas, para que le protegieran, o acogieran.


"Sabía que no tardarías en encontrarme."
"Y yo sabía que no debía fiarme de ti." Su voz sonó en un hilillo tembloroso, dolido y acongojado. Pero no tenía nada de lo que temer, era ella quien tenía el arma.
Pero no sólo su voz temblaba. Unos largos y delicados dedos de manicura francesa ascendieron hasta su rostro, ahí donde un cigarrillo casi consumido reposaba colgando de sus labios, agarrándose a su rojo carmín como si fuera lo único a lo que aquella nicotina pudiera aspirar.

"¿Por qué lo hiciste, entonces?"
"¡Cállate!", le ordenó mientras aquel cigarrillo de marca cara se precipitaba a una acera empapada en lágrimas estrelladas. Sonó su fuego apagarse, no sólo el del cigarro, sino aquel que les había acompañado durante largas noches de invierno en el pequeño apartamento desde el que sí que veían las estrellas. Esas estrellas que él todavía esperaba que le esperaran, brillando más allá de las nubes y la luz.
"Lo siento", musitó mientras se daba la vuelta, sacando sus manos de los bolsillos, alzándolas como si aquello fuera un verdadero atraco.
"Ya no sirven las disculpas", balbuceó con un nudo en la garganta, que terminó en un desgarrador llanto.

Pero ella tenía ahora las dos manos sobre el arma, y el cañón le apuntaba a él. Le apuntaba con la firmeza que les faltaba a sus palabras. Y temiendo que ella tuviera el valor de apretar el gatillo, cerró los ojos con fuerza e inspiró una última vez aquel maravilloso olor, el de su fragancia favorita mezclado con sus cigarrillos caros, ese aroma de las noches en vela junto a ella y todos sus pecados, junto a las estrellas y todas sus mentiras.



Frase del día: Vive cada momento como si fuera el ultimo, 
nunca sabes cuando todo puede terminar



Mariona*

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