El sol
comenzaba a bajar en la línea del horizonte, dejando un cielo de tonos pálidos
y tenues que no transmitían más que tranquilidad. Respiró hondo ella mientras
el viento se dedicó no sólo a jugar a correr entre las montañas, sino entre
todos y cada uno de sus cabellos, suelos, brillantes y preciosos. Él la
observaba sentado junto a ella, pero ella ni siquiera se daba cuenta de ello.
Desde
el muelle podían escuchar las voces de sus amigos a lo lejos, apostarse alguna
estupidez y lanzarse al agua en la orilla, lanzando con la ropa incluso a
aquellos que no quisieran bañarse a una hora ya tan avanzada del día, con la
noche al torcer la esquina y el frío comenzando a envolverlos.
Ella
continuaba con la mirada clavada en el horizonte, sin perder de vista la línea
perfecta que los árboles de la otra orilla formaban, deleitándose con los
colores de sus hojas, rojas, naranjas, amarillas, cálidas y otoñales. Él
sonreía sin dejar de mirarla, hasta que por fin ella se dio cuenta de que
estaba siendo observada. Le miró por el rabillo de sus ojos y ninguno de los
dos pudieron evitar reventar en una gran carcajada que dejaba patente lo bien
que se sentían el uno junto al otro.
Un par
de bromas, y más carcajadas, la mirada de nuevo al frente, y suspiros profundos
acompañados de reflexiones sobre un futuro más o menos lejano en el que ellos
dos son lo importante. Sus piernas cuelgan por el muelle sin llegar a
sumergirse en las gélidas y cristalinas aguas de aquel lago que no tardaría
muchos meses en volver a helarse, como cada invierno. Sus brazos soportaban
todo su peso a sus espaldas y casi como si tomara el sol, cerró los ojos y
estiró su cuello, elevando su barbilla y dejando que la esencia de la
naturaleza, de la libertad del aire libre, se impregnase en su piel.
Él se
dejó caer hacia atrás, adquiriendo una posición totalmente horizontal sobre las
desiguales tablas que conformaban aquella pasarela sin destino alguno, tan sólo
el centro de un lago que se llenaba en la época del deshielo de un líquido
transparente y mágico. Agua pura y fría, en la que si te sumergías, eras otro.
¿Eso era lo que les había pasado a ellos? Al sumergirse... ¿Habían cambiado y
se habían enamorado?
Dejó
escapar una leve risotada casi contenida que llamó la atención de la muchacha,
que se giró dedicándole una mirada divertida y a la vez interrogadora. Él se
limitó a poner sus manos tras su cabeza y negar con la cabeza y sus ojos
entornados, restándole importancia al asunto. Pero ella era una chica curiosa y
cabezota. Eso era lo que le gustaba de ella. Así que era de esperar que se
interesase al instante en lo que le pasara por la cabeza.
— En lo
que a mí respecta, este lago me ha dado una razón por la que vivir.
Ella
miró al frente, admiró el lugar en su totalidad. Tan maravilloso, espiritual, bello,
espectacular, increíble, auténtico.
— Un
lugar precioso -dijo.
— Un
lugar mágico -contestó él, ella sonrió, y él añadió-, pero no me refería a eso.
Ella le
volvió a mirar, confusa.
— Te
quiero -se limitó a decir, y ella comprendió.
Lo
mejor de todo era que ambos compartían esa sensación.
Frase del día: Perqueños toques
hacen grandes rasgos.
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