Baila como si nadie te viera; canta como si nadie escuchara; ama como si nunca te hubieran herido.
viernes, 10 de mayo de 2013
Take the A train
Recuerdo la última vez que estuve en París. El otoño era una guerra y las aceras tenían tu nombre en el cemento fresco. La gente andaba escondida detrás del abrigo, con la barbilla en el pecho, tenían miedo. Los árboles se desnudaban, el cielo se caía a pedazos, la ciudad era un teatro conmovedor. De todas las bocas salía un humo marrón que se mezclaba con la niebla y desaparecía, París era blanco y marrón, algo rojo quizás por ese carmín que te afanabas en sellar en mis labios. Los tuyos, esculpidos en una sonrisa permanente, decoraban las plazas inmóviles, entre frío, valorando la mejor manera de deshacer para siempre las maletas. En París, donde siempre supe cómo encontrarte, las estaciones de tren son como estafetas, todos los viajeros tienen algo escrito, una historia, un cuento, un destino, al menos. Recuerdo que nos pasábamos las tardes leyendo la ciudad, escribiendo el oleaje de los sueños que nos esperaban a la noche. Tu boca, por ejemplo, era un poema dentro de un sobre lleno de sellos, a veces ilegible, a veces tierno, otras duro y perfumado, rojo, como he dicho, como algunas esquinas de la ciudad. El tren era la noche que desemboca en otra noche, un círculo polar de raíles helados, una chimenea que fabrica la niebla y las nubes y la nostalgia, un cuento en el que unos niños jugaban a ser frío y otoño y madera. Quedan cinco minutos para llegar a la Gare du Nord. Definitivamente, los trenes son la nostalgia.
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